Ledern

Nos gritamos el uno al otro. Ya no nos acordábamos de por qué empezó la discusión, pero no nos importó. Las partículas de saliva nos salpicaban en las caras. Llegaron las mentiras, los reproches, los “estás loca” y “eres un cabrón”. El cachetón en su cara. El cogerme por los brazos y zarandearme. Un golpe en mi mejilla derecha. Las lágrimas cayendo…

Ese mismo día me llevó en coche hasta el lago Ledern. El viaje fue extraño. Bajé el espejo del copiloto, donde miré mi cara hinchada. Miré por la ventana. Hacía un sol espléndido. Todo estaba verde. Lleno de vida. Y por un momento pensé que aquel coche llevaba la muerte, pero pronto me quité aquella idea de la cabeza.

Nos bajamos del coche. Él iba detrás de mí. Yo estaba asustada y temblaba. Me abracé para que no me lo notara. Llegamos a la orilla del río y nos paramos bruscamente. Fue a abrazarme por detrás y me quité. Me di media vuelta y vi su cara de odio. No supe que hacer, si echarme a correr o qué.

Me fui agachando para sentarme en el césped, haciendo ademán de tranquilizarlo. Él accedió a sentarse a mi lado. Lo miré. Su cálido perfil y sus ojos escrutando. Pensé en lo remoto de tenerle amor y miedo a una misma persona. Recordé haber tenido buenos momentos con aquel hombre. Me asustó la idea de vivir con alguien que podría matarme en cualquier momento.

Mientras lo miraba, palpé el césped que tenía cerca de mi mano derecha y noté que había una piedra. La cogí con la mano derecha, teniendo mucho cuidado en que no se notara. Pesaba. La agarré bien y cerré los ojos. Pensé en qué estaba haciendo, pero lo hice.

Fue un golpe seco en su cráneo. La sangre pronto comenzó a salir. Se quedó sentado y me horrorizó su postura tan tranquila, con los ojos abiertos de par en par. Me levanté y fui en busca de algo más contundente. No podía dejar vivo a aquel hombre. Busqué cerca de donde estábamos. Vi una piedra más grande y un poco afilada. Me dirigí hacia él con pasos torpes. Aún seguía sentado, con los ojos un poco rojos de no parpadear. Lo miré y le clavé la piedra diez veces: cerca del corazón, por las costillas… Me manché las manos de sangre. Tiré la piedra. Puse mis manos sobre sus tobillos y lo arrastré hasta el lago. No podía con su peso, así que lo fui metiendo de la misma manera, arrastrándolo. El agua estaba muy fría. Empecé a tiritar. Lo dejé hasta donde no se viera el cuerpo. Salí lo más rápido posible del lago y subí hasta donde estaba su coche. Tenía el pantalón empapado, así que me lo quité y busqué una manta que había en el portabulto para ponérmela encima.

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